Los que hemos disfrutado del cine las últimas tres décadas estamos en estado de shock con las revelaciones expuestas por el New York Times la semana pasada sobre el productor Harvey Wenistein. Junto con su hermano Bob, Harvey Weinstein comenzó su exitosa carrera en Hollywood bajo la marca del cine independiente de los grandes estudios, su compañía Miramax produjo los primeros grandes éxitos de este tipo de cine, hasta que su adquisición por parte de Disney les convirtió en una de las grandes productoras del cine de calidad, optando continuamente a premios importantes desde 'Sexo, mentiras y cintas de vídeo', pasando por 'El piano', 'Tiempos Violentos' o más recientemente 'El discurso del Rey'. Estos cuatro ejemplos, sacados de una cartera de cientos de éxitos de crítica, y público dan la medida del poder que estas dos personas podían tener en el Hollywood de finales del siglo XX hasta hace, literalmente, cinco días.
Pero hay otro tipo de poder, el que ostentan los hombres blancos heterosexuales en todas las capas de la sociedad, el privilegio, el sexismo y el abuso. Y lamentablemente, a pesar de espejismo que a veces proyecta Hollywood sobre su libertad e igualdad, la industria cinematográfica no está libre de estos comportamientos. El primer artículo de The New York Times sobre los deleznables comportamientos de este productor todopoderoso se centraba no tanto en sus actos como en sus tácticas las de su equipo legal para silenciar estas gravísimas alegaciones. Tácticas que indicaban de que detrás de esta punta del iceberg existía una inmensa masa a punto de explotar. Y vaya si lo ha hecho, en un largo y concienzudo artículo, Ronan Farrow detalla a través de testimonios de más de una decena de víctimas y colaboradores de Weinstein el modus operandi de lo que parece ser más un depredador sexual que el productor artístico y concienciado que creíamos conocer. Desde la publicación del primer artículo las reacciones no han parado de sucederse: cuatro miembros de la ejecutiva de Miramax han renunciado a sus puestos, el propio Weinstein ha redactado un comunicado exculpatorio y auto-incriminatorio a la vez y su abogada Lisa Bloom se ha visto obligada a romper su colaboración. En el caso de la letrada, la grave contradicción entre la conducta de su cliente y su condición de activista social por los derechos de las mujeres ha sido uno de los momentos más vergonzosos del escándalo. Las insinuaciones de que Bob Weinstein estaba detrás de la publicación de los artículos para forzar la salida de su hermano de la compañía no ha hecho más que añadir tintes shakespearianos a la historia.
Despido fulminante
La carta de disculpas, donde Harvey comunicaba su intención de ponerse en manos de especialistas para ajustar la percepción de su comportamiento con la realidad no sirvió para calmar la situación, todo lo contrario, poco después llegó el despido. Pero si alguien pensaba que las cosas acabarían aquí se equivocaba, el terremoto aún estaba por llegar.
En el extenso artículo de The New Yorker se nos ha contado como Harvey Weinstein aprovechaba su posición de poder para abusar sexualmente de jóvenes mujeres en el principio de sus carreras, carreras que dependían de él, además. No sólo realizaba proposiciones sexuales no consensuadas, si no que hacía uso de su poder en la industria para amenazar y coaccionar a actrices y miembros de sus oficinas. Actrices como Ashley Judd o Asia Argento testifican delante de la prensa estos hechos, así como las repercusiones que tuvieron en sus carreras. Se dan cuenta de testimonios silenciados e incluso de una investigación policial.
Pero si grave es el comportamiento de Harvey Weinstein, lo que está acabando de desgarrar a la industria, y en especial a las mujeres que trabajan en ella es el silencio y la complicidad de todo un gremio que desde hace años conocía y toleraba estos hechos. Debe ser dolorosísimo para actrices como Jessica Chastain enterarse de que compañeros como Matt Damon, Ben Affleck y Russell Crowe utilizaron su influencia (y sus empresas) para parar una historia sobre el caso hace la friolera de 15 años, y así se lo ha hecho saber desde su cuenta personal de twitter.
Pero es que de eso trata el privilegio, de sentirte con la impunidad suficiente como para romper todas las barreras de intimidad y decencia en sus relaciones con las mujeres, y de contar con la complicidad de los que te rodean. El propio productor confiesa en su comunicado que puede haber una confusión entre lo que en considera comportamiento normal e inapropiado. No ha mejor definición del privilegio, no sólo es es abuso, es la incapacidad de registrarlo como tal.
Pero su equipo sí era consciente, asistentes de Weinstein ayudaban a preparar reuniones que acababan convirtiéndose en citas de a dos, a menudo sin el conocimiento de la otra parte. El relato de actrices como Rosanna Arquette, o las propias Judd y Argento, junto al de trabajadoras de otros sectores de la produción audiovisual es vergonzoso. Tocamiento no solicitados, exigencias de masajes, exhibición de genitales o sexo oral forzado, y todo eso envuelto en ofertas laborales, alardes de poder, advertencias sobre el poder que tenía sobre la prensa o sobre su capacidad para crear o destruir carreras en Hollywood.
El relato de Ronan Farrow es demoledor, y deja claro que este tipo de comportamientos son un problema real del que muy pocas veces llegamos a ser conocedores. Casos recientes como el del presentador de Fox News, Bill O'Reilly o Bill Cosby, al que Weinstein hace mención en una de las conversaciones reproducidas por el medio, son ejemplo de una realidad que millones de mujeres deben hacer frente cada día. No hay que olvidar que el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, fue grabado pronunciando la infame frase "cuando eres famoso las mujeres se dejan hacer lo que sea, puedes agarrarles por el coño".
Gwyneth Paltrow y Angelina Jolie no se callan
El papelón de los actores y actrices de Hollywood ante estas revelaciones es tremendo, y las declaraciones están comenzando a llegar a los medios. Se da la circunstancia de que Harvery Weinstein, de cara a la galería, era un convencido demócrata, siendo uno de los grandes contribuidores económicos del partido, y enemigo declarado del republicano Trump, (enemigo con que ya vemos que tenía más puntos en común de lo que podríamos imaginar nunca). Actrices como Lena Dunham han pedido perdón por haber asociado su nombre al de Weinstein aún sabedora lo que en Hollywood era un secreto a voces, otras como Meryl Streep o Glenn Close han declarado su consternación dejando claro que no eran conocedoras de esos hechos que ellas mismas califican de repugnantes. Como era de esperar, hasta Hillary Clinton ha tenido que emitir un comunicado oficial desmarcándose de la figura de su otrora aliado.
Aún quedan por saber muchas más reacciones, pero poco a poco van llegando las bombas, conocíamos hoy el testimonio de Gwyneth Paltrow, que ganó su oscar de la mano del productor, confirmando las técnicas predatorias del mismo, y del conocimiento que su pareja por aquel entonces, Brad Pitt tuvo de los hechos, Angelina Jolie también confirma esas prácticas en este artículo del New York Times. Imaginad el poder de Weinstein si ni siquiera dos actrices de familias poderosas de Hollywood llegaron a decirlo en su momento.
El machismo en Hollywood y en el mundo
Podemos preguntarnos una y mil veces el porqué del silencio atronador de la industria durante las tres últimas décadas, pero el problema de Hollywood viene de lejos, figuras como Woody Allen o Roman Polanski, que cuentan con tremendos testimonios en su contra sobre su comportamiento sexual son veneradas y protegidas. El testimonio de una mujer en Hollywood sigue siendo minusvalorado frente a la carrera de un varón blanco. Esta situación está lejos de cambiar aunque el afloramiento de casos similares parezca indicar un ligero cambio de tendencia, al menos en lo que al tratamiento en prensa se refiere. Un detalle para acabar, el autor del artículo de The Newyorker, Ronan Farrow, es el hijo de Mia Farrow e hijastro de Woody Allen. No es la primera vez que Ronan ejerce de portavoz en el testimonio de una mujer frente a un magnate de Hollywood.