'El señor de las moscas' fue el triunfo definitivo de aquel paradigma del filósofo Thomas Hobbes, que cuatro siglos antes dijo aquello de que "el hombre es un lobo para el hombre". Desde el lanzamiento de la novela de William Golding en 1954, con su respectiva adaptación cinematográfica en 1963, la sociedad ha comprado la idea de que, en caso de catarsis, los seres humanos mostrarán su peor cara. De esa corriente de pensamiento bebieron y beben tantas producciones postapocalípticas o que narran vivencias extremas.
Lo curioso es que la sociedad aceptara esta creencia y la siga manteniendo vigente cuando hubo otra sociedad, la gestada en los Andes en 1972, que enseñó al mundo que, a pesar de lo que digan la ficción, las novelas y Hobbes, los humanos somos capaces de demostrar en situaciones de vida o muerte una empatía, un compañerismo, una unión y una fortaleza que trascienden toda lógica.
El escritor Pablo Vierci, compañero de colegio de muchos de los que iban en el avión, comenzó a escribir en 1973 un libro sobre los dieciséis que pudieron ser rescatados con vida, con entrevistas pormenorizadas a cada uno. Lo terminó en 2008, acompañando a los supervivientes junto a sus hijos al lugar del accidente, y lo llamó 'La sociedad de la nieve'. Quince años después, J.A. Bayona dirige la película homónima, basada en este libro y en las más de 200 horas que el director ha podido pasar con los protagonistas y las familias de los fallecidos recabando información.
Y el resultado es un filme impecable técnicamente, con una historia que ensalza el valor humano en medio de la tragedia sin abusar ni de patetismo ni de frigidez, que da a cada personaje su lugar con respeto en medio de una fotografía y efectos visuales a la altura, metafórica y literalmente, de la cordillera en la que se encuentran. 'La sociedad de la nieve' es la película más completa de Bayona, y un antes y un después en su trayectoria como director.
La calidez humana para soportar el frío
'La sociedad de la nieve' cuenta la historia real del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, que transportaba a cinco tripulantes y cuarenta pasajeros de Montevideo (Uruguay) a Santiago de Chile el 13 de octubre de 1972 y que se estrelló en la cordillera de los Andes. Quienes sobrevivieron tuvieron que soportar el frío, los aludes y la falta de comida durante 72 días, hasta que fueron rescatados.
El episodio dio la vuelta al mundo, y sigue siendo hoy en día uno de los sucesos que más interés generan por todo lo que se vivió en aquellas heladas montañas. Con 'La sociedad de la nieve', son tres las películas y veintiséis los libros que han tratado el accidente. Pero, según han comentado los supervivientes y las familias de los fallecidos, la de Bayona es la única producción que ha logrado poner a todos de acuerdo.
Es comprensible. 'La sociedad de la nieve' rinde homenaje a muertos y a vivos por igual, no solo a unos pocos. Aquí todos son héroes, y a la vez, como apuntan en la película, no lo es ninguno. El director se esmera en no caer en lo fácil, que sería darles el protagonismo a Nando Parrado (Agustín Pardella) y Roberto Canessa (Matías Recalt), los supervivientes más conocidos al ser quienes cruzaron la cordillera para encontrar auxilio, algo que sí sucedió en '¡Viven!', la otra gran película sobre este tema. De hecho, la narración y el mayor protagonismo no recae en ninguno de ellos, sino en Numa (Enzo Vogrincic), otro pasajero del avión.
Pero en realidad, ni siquiera es una película sobre Numa. Es una película sobre el grupo, en la que cada integrante está dignamente tratado o recordado. Todos tienen su valor, todos aportan, todos se ayudan en el ejercicio de sobrevivir, hasta el punto de dar su consentimiento para usar su cuerpo como comida en caso de fallecer. Hay un versículo de la Biblia que ellos, como católicos que eran, utilizan como lema en medio de una de las múltiples situaciones adversas, y que explica a la perfección lo que es 'La sociedad de la nieve': "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos".
Sentimentalismo y religión
Cuando se supo que la antropofagia, es decir, el consumo de carne humana, había sido la dieta principal de los supervivientes, parte de la sociedad uruguaya y latina, muy arraigada en los valores tradicionales cristianos por aquel entonces, pasó de la idealización a la repulsión hacia los protagonistas de la historia. Pero en realidad, los primeros que habían sentido dicha repulsión habían sido ellos mismos, al ver cómo dejaban aparcada su fe (formaban parte de un equipo de rugby católico llamado Old Christians Club) en pos de la supervivencia.
Bayona consigue tratar con sobriedad esta parte, seguramente la más peliaguda de todo el filme por el riesgo de caer en el sensacionalismo o en el gore. Se abordan de manera natural y humana momentos tan complicados como la decisión grupal de recurrir a la antropofagia y la negativa de una parte del grupo, así como aspectos vitales como quiénes asumen el papel más duro de cortar los cuerpos y quiénes solo comen lo que se les prepara, tratando de obviar que esa carne es la de sus amigos y seres queridos.
Y sí, como comentábamos con el versículo de la Biblia, la cuestión espiritual envuelve la película. Porque los supervivientes eran católicos practicantes, y no tratar eso significaría no hacer una radiografía de las personas que sufrieron el accidente. Pero Bayona no convierte la película en una oda religiosa, sino que es fiel a las vivencias de los allí presentes. Había religiosidad, sí, pero también un trasvase de la fe divina a la fe humana. El discurso de Arturo en la película, uno de los chicos presentes en el accidente, sobre cómo él ya no creía en Dios, sino en el compañero que le curaba las heridas, en el que conseguía la comida y en el que se la daba, refleja a la perfección una historia en la que el valor humano se erige como motor principal.
No es la primera película de Bayona que transcurre por ese camino. Todos podemos pensar en 'Lo imposible' como mejor ejemplo. Pero al contrario de lo que sucedió en la película de Naomi Watts y Tom Holland, aquí no hay una búsqueda forzada del sentimentalismo y de la emotividad. El punto débil del director español en sus dramas siempre ha sido querer empujarnos a la lágrima o a la congoja. En 'La sociedad de la nieve' está mucho más comedido en este sentido. Y aunque todavía tiene dejes, escenas en las que parece que va a sobrepasar ese límite melodramático, ya sea mediante la música o la forma de narrar ciertos momentos, en general permite que la película fluya y emocione por sí misma, lo cual se agradece.
La película más cara del cine español es una de las más brillantes técnicamente
Se dice que 'La sociedad de la nieve' tuvo un presupuesto de más de 60 millones de euros, lo que la convertiría en la película más cara de la historia del cine español superando a 'Ágora', de Alejandro Amenábar. Pero al ver la cinta, es hasta sorprendente lo que han logrado hacer con ese dinero. Hay escenas, como la del accidente de avión o el alud que sufrieron varias semanas después, que están rodadas como si la partida presupuestaria fuera tres veces mayor.
Técnicamente la película es impecable, y se notan la pasión y el esfuerzo de Bayona por ofrecer cine de alto nivel. Su implicación con la obra llega hasta tal punto que se rodó cronológicamente para mostrar la pérdida de peso a la que se vieron sometidos los actores en la vida real. Pero el salto de calidad diferencial lo aporta la labor del equipo de VFX, capaz de sumergirnos en la inmensidad de los Andes a pesar de que el 70%, como admitió Bayona, se rodara en Sierra Nevada. No es casualidad que estén en la lista de los 20 finalistas de los Oscar a mejores efectos visuales.
La combinación de los VFX con la fotografía de Pedro Luque y la destreza de Bayona nos ofrece una película hermosa visualmente a pesar del infierno que expone. Esta dicotomía la vemos también en la música, obra de Michael Giacchino ('Up', 'Ratatouille', 'Del revés', 'Perdidos' y otros tantos éxitos), con el que Bayona ya trabajó en 'Jurassic World: El reino caído'. Giachinno sabe jugar con el contraste entre el silencio de las montañas y la desesperación ahogada de los que allí están atrapados, y consigue precisamente atrapar al espectador en todo momento y evitar que desconecte en cualquiera de los 144 minutos de filme.
Todo el conjunto técnico, sumado al respeto por la historia original y al nivel interpretativo de una camada de actores uruguayos y argentinos semiamateur que actúan como si llevaran años en la élite (especial mención a Matías Recalt), dan como resultado una de las películas del año y la mejor creación de Bayona hasta la fecha.