Este fin de semana se ha montado un buen debate, sobre todo en Estados Unidos, por culpa de una madre que estalló en redes después de que su viaje a Disney World con su hijo no fuera lo que ella había imaginado. La experiencia se la empañaron, en sus palabras, "millennials inmaduros" que "tiran su dinero en mierda inútil". Y que encima le quitaron el último pretzel con forma de Mickey que quería su hijo. Su conclusión: que vetaran la entrada a todos los millennials sin hijos, puesto que los parques de Disney no son para ellos. Idea que apoyó el New York Post en un artículo que acusa a los millennials de tener "una relación insana con Disney".
Para sorpresa de nadie, no puedo estar más en desacuerdo. La industria del entretenimiento lleva años sirviéndose de la nostalgia para mantener (o disparar) las cifras de recaudación (de entradas, de merchandising...) dado que no terminan de dar con ideas originales que despierten el interés del público. Toda la industria del cine y la televisión se basa últimamente en apelar a los recuerdos, y ahora nos toca sobre todo a los millennials por ser lo suficientemente adultos como para tener sueldo (dinero que gastar) pero lo suficientemente jóvenes para no tener todavía más bocas que alimentar que la nuestra. Como bien mostró esa imagen que se hizo viral hace unos meses, la cartelera bien podría ser de ahora o de los años 90.
Generaciones anteriores a la nuestra también tuvieron películas de Disney cuando eran pequeños, y aún así la vida les hizo renegar de todo lo que resultara infantil porque no estaba bien visto de cara al mundo de los adultos. Cosas como la animación, los cómics o los juguetes tenían una fecha de caducidad, porque a partir de cierta edad era de inmaduros, de síndromes de Peter Pan. La generación millennial, la que ha ensalzado precisamente el cine animado como mucho más que cine para niños o que ha puesto el cómic en el lugar que se merece dentro del ámbito cultural, no se ha desprendido en ningún momento de esa infancia y ha creado una relación mucho más profunda y duradera con esos recuerdos que, por ejemplo, sus padres. Por eso las películas de la infancia ya no envejecen. Por eso vuelve 'El rey león', vuelve 'La bella y la bestia'. Porque nunca se han ido. Y Disneyland o similares es el lugar donde "rendir culto" a esas historias.
Para Disney el millennial es el público objetivo más lucrativo que podía pedir. Una familia con hijos tiene que hacer esfuerzos económicos enormes para irse de vacaciones a Disneyland, ese gasto base en transporte, hotel, entradas y comidas deja poco espacio para el "despilfarro" en souvenirs. Un adulto sin hijos puede llegar a tener más margen para comprar lo que se le antoje, y ya que lo ha ganado, ¿por qué no iba a hacerlo? De ahí que la estrategia de Disney haya virado en sus parques a contenido más para todos los públicos que meramente familiar o infantil. Sí, es cierto que en los parques de la compañía no tendremos muchas emociones fuertes o montañas rusas como las de Port Aventura. Pero un claro ejemplo de este interés por conquistar a un público más adulto es el área de 'Avatar' en el parque de Florida, o Galaxy's Edge, la zona de 'Star Wars' que acaba de abrir en los parques de Estados Unidos. Con una aplicación que te sumerge en una historia con mucha relación con el legado de la saga y el primer restaurante en vender alcohol, este área tiene un target mucho más adulto, y esa intención se mantiene con las futuras zonas de Marvel, que pretenden apelar a todas las edades. Más rango de edad, más dinero para las arcas.
Tampoco se les puede olvidar que los personajes que pueblan los parques de Disney forman parte del imaginario colectivo, pero sobre todo del millennial. El evento principal de verano de Disneyland París este año está dedicado a 'El rey león' (película que nos marcó a todos los nacidos a finales de los 80) y 'El libro de la selva'. Las princesas Disney más solicitadas siguen siendo Ariel, Jasmín o Bella, aunque vayan plantándoles cara Rapunzel, Elsa o Moana. Tenemos atracciones de 'Alicia en el país de las maravillas' o 'Peter Pan', películas que muchos niños ni siquiera habrán visto. Obvio que los niños se emocionan al cruzarse con Mickey o con Donald, pero aunque suene cursi, los veinteañeros y treintañeros también. Mantener vivo el recuerdo de nuestra infancia no es síntoma de inmadurez ni de "una relación tóxica con Disney", y menos cuando entramos en un parque de atracciones. ¿No es acaso un lugar donde lo único que importa es pasárselo bien, tengas 8 años, tengas 48?
De hecho, quizás los que realmente sabemos disfrutar de un sitio como Disneyland somos los adultos, que sabemos perfectamente a lo que vamos. La primera vez que fui a Disneyland fue con siete años, y aunque guardo un recuerdo precioso de esas vacaciones, también recuerdo salir llorando de muchas de las atracciones, acabar cansado y dar la lata a mis padres. Viajar a Disneyland con niños es un ejercicio de suma paciencia. Es un sitio al que se van a hacer muchas colas, y que cansa mucho. Es una prueba de fuego para los niños, ya no digo para los padres. Hacer dos horas de cola en un pasillo estrecho junto a decenas de padres y chavales para hacerse una foto con una princesa Disney, la que toque en ese momento, puede desesperar a cualquiera. Pero son gajes del oficio, no es para nada nuevo ni tenemos la culpa los millennials. La mujer enfadada que empezó todo esto se quejaba de que "no tenemos ni idea de lo que es hacer cola tres horas con un niño enfadado, cansado y exhausto". Señora, esa cola la iba a tener igual aunque nos "vetaran la entrada" como usted pide, que la natalidad estará baja pero hay familias de sobra para llenar a diario los parques temáticos. Y claro que lo sabemos, que sufrimos indirectamente a esos niños también, pero nosotros no nos quejamos, porque lo entendemos (probablemente nosotros lloraríamos también en alguna de las interminables esperas). No serán pocos los padres que, además, llevarán a sus hijos cuando son tan pequeños que, en realidad, lo único que van a hacer es pedir, llorar y van a recordar más bien poco de la experiencia. Ese error cuando era pequeño y no era tan fácil ir a un parque de atracciones puede colar, ahora ya es que no les ha dado la gana hacerse a la idea de lo que supone un día en Disneyland.
Los niños no son un Fast Pass
Ciertos padres creen que los niños son un Fast Pass por el que deberían poder saltarse las colas y tener carta blanca. ¡Sorpresa! Con los hijos viene el deber de educarlos, y ser conscientes de que vienen con una serie de inconvenientes con los que hay que apechugar. Ya está bien de echar balones fuera. Ya está bien de echar la culpa a los adultos de que sus niños sean un dolor de muelas. Si su hijo llora porque se ha quedado sin pretzel no es problema de la chica que compró el último, es problema de su hijo por caprichoso. No será por falta de oferta de alimentación en el recinto del parque, ni creo que fuera el único puesto de panecillos de todo Disney World. Un recinto que tiene atracciones solo para adultos, restaurantes con precios solo para adultos, bares que sirven alcohol y que cuentan hasta con una galería de arte en la calle de tiendas anexa al parque quizás no está pensado solo para niños. Su estrategia de mercado se basa en la nostalgia, porque como bien decía Walt Disney "los adultos son solo niños que han crecido", por eso cada vez más adultos acabarán optando por vivir su propio 'Star Wars' o conocer a su princesa Disney favorita. Así que, padres del mundo, es mejor que se vayan haciendo a la idea de que tenemos todo el derecho de cruzar las puertas de Disney como ustedes y sus pequeños, y que si sus hijos no están preparados (o ustedes) para vivir la experiencia de un parque de atracciones, con sus obstáculos y sus alegrías, el problema no está de nuestro lado. Esperen a que sus hijos sean un poco más mayores y quizás disfruten más del viaje todos. Nosotros vamos con toda la intención de hacerlo, por mucho que sus hijos nos estén gritando al oído mientras hacemos la misma cola que ustedes. Y tampoco nos apasiona hacer colas.