No soy malo, malo...

Esta película de Nicolas Winding Refn, rodada con un escueto presupuesto, es el claro ejemplo de cómo con un buen guion, una buena puesta en escena, unos personajes (o como mínimo uno como es el de Bronson) bien construidos, talento y mucho trabajo se puede hacer una gran obra que transmite y que perdura.

Una historia de violencia contada con mucho ingenio, la historia del preso más violento de Inglaterra, Charles Bronson, encarnado en la piel de un Tom Hardy más que en estado de gracia y que se come el film por los pies.

Narrada fílmicamente basándose en contrastes, la película cuenta la historia de este paria social, cuyos impulsos violentos son casi animales, aunque no mortales, y cómo comenzó su andadura en la cárcel (caricaturizando esta situación que ya de por sí en la vida real tuvo que ser surrealista, pues por un pequeño robo de dinero a mano armada le condenaron a 7 años de cárcel).

Un personaje ya de por sí extraño en la vida real se nos muestra como una fuerza de la naturaleza a la que el sistema ni entiende ni integra, y que está obsesionado con ser famoso, aunque claramente esto es sólo fruto de la manera de ver la vida de esta persona casi criada en cautividad.