Intensa, sobrecogedora, brutal

Mel Gibson regresa del ostracismo al que, según él, Hollywood lo condenó hace diez años por sus declaraciones antisemitas y otras lindeces con las que se cubrió de gloria y perdió el favor de la industria y el público. 'Hasta el último hombre', su primera película como director desde 'Apocalypto' lo lleva hacia el género bélico, para contar la historia de un héroe cristiano (por supuesto), que salvó a más de 70 hombres en la Segunda Guerra Mundial sin tocar una sola arma y se convirtió en el primer objetor de conciencia en ganar la medalla de honor del Ejército.

Andrew Garfield ofrece una de las mejores interpretaciones de su carrera (quizá la mejor hasta la fecha) como ese incansable héroe, Desmond Doss, ejemplo de perseverancia y sacrificio que Gibson utiliza para emocionarnos profundamente, pero también para adoctrinarnos sobre su fe. Esto puede echar para atrás a muchos, y es comprensible (los pasajes más sermoneadores y hagiográficos chirrían demasiado), pero si conseguimos dejarlo a un lado, lo que nos queda es una obra cinematográfica impecable en la que se respira cine clásico norteamericano en cada escena.

'Hasta el último hombre' tiene una primera mitad notable, dedicada a presentarnos a Doss y explicar sus creencias. La segunda mitad nos arroja sin piedad en medio de la batalla, donde vivimos algunas de las secuencias más viscerales y violentas que se han visto en el cine bélico. Gibson hace maravillas con la cámara, y Garfield aguanta el calvario estoicamente, resultando en una experiencia de la que se sale con el corazón en un puño.

Al final, los arrebatos aleccionadores de Gibson no lastran la película, porque su mensaje de lucha y sacrificio por el prójimo se puede extrapolar a cualquier creencia, y puede inspirar a cualquier persona. Una sobrecogedora experiencia de la que es difícil salir sin haber sentido algo.