
Todo lo bueno
Sin spoilers
Taika Waititi es un genio a la hora de crear películas agradables. No pretendo con eso implicar una connotación negativa, todo lo contrario. El neozelandés es un experto en facturar películas absolutamente disfrutables, disparatadamente divertidas y tremendamente agradables para la mayor parte del público. Ya lo hizo con Thor Ragnarok, con Hunt for the Wilderpeople y a pesar de un tono aperentemente arriesgado Jojo Rabbit sigue siendo una obra para el disfrute de todos.
El bizarro planteamiento de la película no llega a exprimir toda la mala uva que alguien pueda esperarse de una sátira sobre el nazismo. Es un relato casi fabulesco, donde la ignorancia es retratada de la manera más exagerada, sin dar lugar a un mensaje de mayor calado que el que se puede preconcebir. Pero el encanto de la adaptación de Caging Skies está en esa universalidad tan actual como atemporal, simple pero siempre encantadora. Al fin y al cabo es una historia contada desde los ojos de un niño. Un niño nazi, cierto, pero ante todo un niño inconsciente y fantasioso que moldea la realidad hasta convertirla en un cuento oscilante entre un fanatismo hacia la enésima parodia de Hitler y el amor de una madre idealista.
Menos mal que ese niño está encarnado por Roman Griffin Davis, sin duda lo mejor de un largometraje que lleva sobre sus hombros. Le acompañan Thomasin McKenzie, otro joven talento y Scarlett Johannson, una presencia tan necesaria como carismática y el contrapunto más dramático dentro de lo que en mayor medida es una comedia. El propio Waititi acentúa ese lado cómico de una manera irónica, siendo él mismo de ascendencia judía. Sam Rockwell y Archie Yates conforman un reparto que da gusto. Todos te dibujan una sonrisa e incluso llegan a emocionar en momentos decisivos.
Durante 110 minutos es difícil no sentir una acogida especial ante la pantalla. Los colores vivos, un diseño de producción sublime y una genial selección musical, donde encontramos versiones en alemán de temas clásicos (I Wanna Hold Your Hand, entre otras) crean una atmósfera que parece darnos la bienvenida plano tras plano. Jojo Rabbit ridiculiza el antisemitismo y da la espalda a sus prácticas más inhumanas para sustituirlo con una ternura y optimismo tan cálidos como un abrazo. Una vez más, Taika Waititi regala un disfrute total al espectador, y es complicado salir decepcionado de la sala.
Jojo Rabbit no va a cambiar el mundo con su mensaje de tolerancia, ni lo pretende, pero supone un dulce y maravilloso entretenimiento que quizás deberíamos permitirnos más a menudo. El cine lo agradecería.
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