
Como la seda
Sin spoilers
Que Paul Thomas Anderson estrene una nueva película debería de ser todo un acontecimiento para el mundo de la cinefilia. Y digo "debería" porque es sorprendente que el director favorito por la crítica desde hace más de una década (Mejor Director en Cannes, Berlinale y Venecia) sea apenas un desconocido para el público general, que si conoce a un Anderson es, con suerte, a Wes.
Otro tanto de los mismo sucede con Daniel Day-Lewis. Aunque este pretexto resulte pretencioso hasta la saciedad, por palmarés es innegable que es uno de los mejores actores del séptimo arte; y uno se queda sin opciones cuando tiene que referirse a él y el interlocutor desconoce 'Mi pie izquierdo', 'En el nombre del padre' o 'There will be blood' (poderosísimo título este último; me abstengo de utilizar, en esta ocasión, la "traducción" al castellano).
Ambos son auténticos genios en su campo, y aquí vuelven a estar espléndidos, lo cual es un aliciente añadido para ver esta película.
Narración contenida pero con sutiles arrebatos de fuerza dramática; personajes continuamente al borde del desquicio (una constante en el cine de Anderson, especialmente desde 'Magnolia'), lo que hace que sus movimientos sean impredecibles y puedan confluir en esa relación de amor venenosa que se desarrolla con una verosimilitud tan demencial. La música de Jonny Greenwood acaricia constantemente la acción, nunca la abandona, se mimetiza con el conjunto; cada silueta, cada forma (ya sea persona u objeto) encaja perfectamente en la pantalla, en cada toma, con una fotografía que abraza el color tanto como se cubre con las sombras de los interiores.
El "gran cine americano", perdido o solo evolucionando, mantiene sus raíces en el hacer de Paul Thomas Anderson, quien, por otra parte, no es ni Kubrick ni Welles: está un escalón por debajo. Pero solo uno.
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