
El cuestionario de tu propia vida
Con spoilers
El perfecto ganador. Aquel que sacrifica todo, su vida y su honor, el que no cesa en el empeño de conseguir sus objetivos por difíciles que parezcan.
Para Jamal Malik, más conocido como “el chico del té” por el presentador Prem Kumar del conocido programa “¿Quién quiere ser millonario?” con ánimo de provocar con este mote las risas del público, creyendo que un simple trabajador con un sueldo ínfimo jamás podría llegar a conseguir llegar lejos, el objetivo no era el dinero.
El famoso programa de televisión durante la película, aunque obviamente es un reclamo de su propia productora (Celador), es utilizado como nexo de unión entre los habitantes, la mayoría en una situación precaria, donde cada noche se unen para ver cómo los concursantes responden a las preguntas. Una situación que recuerda a la España de los años 60 ó 70, donde un televisor era un electrodoméstico aún caro y que no todas las familias podían permitirse adquirir, haciendo que la mayoría de veladas frente al mismo estuviesen protagonizadas por los poseedores del mismo y por una legión de vecinos y curiosos invitados, creando una especial relación de conversación e ilusión entre aquellos que estaban viendo lo mismo, un elemento que se emplea de forma muy significativa al final del film, recreando esa escena de furor colectivo que aún hoy día a uno le alivia ver en cierta forma, ya que supone un regreso a los orígenes de la unión de un grupo frente a un sentimiento común.
También es utilizado magistralmente como metáfora de la propia vida. Uno, al fin y al cabo, es lo que sabe y sabe lo que ha aprendido a lo largo de los años en numerosas circustancias que rodean su corta o larga vida. Si nos preguntasen quién es el malo de los pitufos, muy seguramente la mayoría recordaríamos mientras respondemos con una sonrisa, aquellas tardes de sábado después de comer o en la merienda. Si nos preguntasen acerca de ciertos monumentos, cada cual, bien porque lo hubiésemos leído o bien porque lo hubiésemos vivido en propia persona en aquel viaje tan especial, podríamos responder sin dificultad a la vez que sonreiríamos para nosotros mismos, recordando lo especial que fue.
Las preguntas sólo se pueden responder si se ha vivido y, como tal realidad exacta, la película hace uso del programa de preguntas para ensalzar esta cualidad innata en el ser humano, poner en marcha el cerebro y con cada pregunta, llevarnos al momento donde todo ocurrió.
Es bastante curioso y significativo que la productora, aún siendo la poseedora del formato original y teniendo en cuenta que debería mantener la veracidad del concurso, haya arriesgado y puesto incluso en entredicho, aunque sin mojarse demasiado, la honorabilidad del presentador del programa, haciendo que este cometa un acto repugnante a todas vistas en uno de los descansos del mismo, una escena que sin embargo era necesaria para demostrar que aún con el paso del tiempo y en una época más “civilizada”, sigue quedando gente ruin capaz de acabar con los sueños de los demás a costa del beneficio propio.
En este viaje en el tiempo nos encontramos con dos amigos, los dos mosqueteros, Jamal y su inseparable amigo Salim con el que buscan tocarnos la fibra más sensible (agarrados de la mano sobre un tren en marcha mientras sus cabezas se caen por el sueño, siendo perseguidos y haciendo burlas que nos provocan la risa instantánea, gastándose una de las bromas más divertidas del cine donde Jamal acaba frente a su adorada estrella del cine de una forma impensable), momentos que contrastarán y darán sentido a las experiencias que vivirán en la edad adulta, dejando claro que la vida cambia a las personas con consecuencias imprevisibles, y que finalmente casi siempre terminamos convirtiéndonos en aquello que el sendero nos marcó cuando éramos pequeños. A su viaje se une un tercer mosquetero tras un acontecimiento que asola el barrio marginal de Bombay en el que viven. La presencia de este tercer amigo es femenina y parece perseguir a los dos pequeños protagonistas en su periplo por evadir las fuerzas que les persiguen, culminando en una noche de lluvia donde le invitan a unirse a ellos, Latika, el tercer mosquetero. Un elenco de niños que enseguida empatizan con el público por la gran personalidad que desprenden con sus burlas, gestos cómplices y cómicos y encantadores rasgos faciales difíciles de olvidar.
Entre los tres van tejiendo lazos de amistades y enemistades, pero sobre todo uno más fuerte que los demás, el deseo de Jamal para conseguir lo que pretende en todo momento, quedando esto demostrado en la divertida escena por conseguir el autógrafo de su estrella favorita del cine y en su empeño por seguir las huellas de Latika. Unas huellas que lo llevarán por senderos vertiginosos, descubriendo la cara más amarga de la sociedad que lo rodea.
Siempre llega un momento crucial en la vida de cada uno. Tantos años vividos, tantas experiencias, dificultades, penurias, tantas veces bajando y subiendo por la montaña rusa de las emociones… para llegar a ese momento y encontrarnos ante un vacío insalvable. Cuando creíamos que ya lo sabíamos todo, nos damos cuenta de que lo más sencillo, aquello que nos hemos preguntado durante toda nuestra vida, regresa a nosotros para ponernos a prueba y demostrarnos lo inútiles y pequeños que somos ante tanto conocimiento. Así, de esta forma tan magistral, llega la última pregunta del concurso, ante la que Jamal se ríe porque sabe que a pesar de haber llegado tan lejos y haber sufrido tanto, no sabe la respuesta. Pero el dinero no era su objetivo y una llamada le convence de que da igual lo que responda, porque ha conseguido lo que quería. Y es en ese momento en el que ese conocimiento que nos había hecho sentirnos tan pequeños, se postra ante los pies de nuestra humildad, cuando en un acto de valentía, nos arriesgamos porque no tenemos nada que perder, porque ya lo hemos ganado todo.
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