
Gladiator de los bosques
Sin spoilers
Allá por el año 2000, Ridley Scott y Russel Crowe, unían fuerzas por primera vez para realizar y revitalizar el cine de romanos con Gladiator; más conocido por "peplum". Vocablo acuñado en los años 60 por la crítica francesa, en referencia al término griego "peplo", que definía la especie de túnica sin mangas abrochada al hombro característica tanto de griegos como romanos.
Tal incursión se saldó con un éxito rotundo de taquilla y cinco Oscars: entre ellos el de mejor película y protagonista. En un año en el cual Bardem estaba nominado por Antes que anochezca (interpretando al poeta cubano Reinaldo Arenas); Tigre y Dragón (mejor película pero, demasiado exótica para la academia) Erin Brockovich o Traffic (Steven Soderberg si ganó como mejor director).
El film no recibió el beneplácito de toda la crítica y mucho menos la aprobación del mundo académico histórico. Recordemos que Scott se tomó licencias que no se correspondían con la realidad, como el hecho de que Cómodo no mató a su padre el emperador Marco Aurelio o que jamás éste murió en la arena del circo, entre otras muchas.
No niego las virtudes de Gladiator: carisma, puesta en escena, vestuario, virtuosismo de rodaje, intencionalidad y un Crowe creíble en algunos pasajes (véase cuando encuentra a su mujer e hijo ahorcados).
Vaya por delante mi admiración por el maestro Scott, sobretodo por su etapa de Alien y Blade Runner; pero aún así, Gladiator, no es la gran obra maestra que pretendía y por eso el Oscar le fue esquivo. La academia lo considera excesivamente comercial (será que no miran lo que nominan año tras año ¿Avatar no es comercial?).
Diez años después y tras colaborar en tres proyectos más: American Ganster (correcta pero a ratos fallida); Un buen año (¿de verdad hacía falta ésta?); y Red de mentiras (muy en la línea del cine de su hermano Tony Scott y el Jason Bourne de Paul Greengrass), ambos señores se juntan por quinta vez, volviendo por los fueros del cine épico-histórico. Y lo hacen, intentando una carambola ganadora: Scott desea un Oscar, y sabe que éste tipo de cine se presta a ello. Repite con su actor fetiche que luce prácticamente idéntico a Gladiator: peinado, barba e interpretación hierática incluidos. Lo rodea de un elenco actoral curtido y con nombres propios: Catte Blanchett (una Marian sobria, endurecida, pero previsible) Max Von Sydow (soberbio), William Hurt, Mark Stong, Vanessa Redgrave; y otros que flojean bastante caso de Oscar Isaac (tan mediocre como en Ágora); pasando por los secundarios míticos que acompañan al bueno de Robin Hood, que apenas son dibujados por el director. Meta en la coctelera una cuidada puesta en escena, ambientación, vestuario y algunas batallas; y el público no debiera dejar de ir a verla. Y, en oposición a su cinta de romanos, Scott si se esfuerza -casi diríamos que se obsesiona- en querer contar la historia fidedigna del ladrón de los bosques de Sherwood. Su relato atávico, quiere sentar cátedra en dar un origen digno, serio y legendario a éste icono de la cultura popular, alejándolo de las versiones saltarinas con leotardos ajustados de colores del pasado. Loable es su ejercicio de desmitificar las épocas, enterrándolas en lodo, sangre y sudor; restando glamour a unos tiempos y hombres que de seguro fueron miserables, grises e irracionales. Pero ésa versión crepuscular ya estaba muy lograda en la superior Robin y Marian (1976, Richard Lester), con unos estupendos y creíbles Sean Connery y Audrey Hepburn, mostrando un mundo corrompido y unos personajes rotos en el tiempo, que a pesar de ello, siguen amándose.
Scott, se esfuerza en la narrativa y cuidada ambientación, que es sin lugar a dudas de lo mejor del film; aunque, cometa gazapos: en la forma errónea del cultivo del campo; sus árboles están igual en todas las estaciones; Ricardo Corazón de León era el que asediaba las costas francesas y no al revés; o que la Carta Magna fue firmada por Juan I dieciséis años después de subir al trono y no al principio como incide la película, recogiendo los derechos para la nobleza y no el pueblo.
Paradójicamente, su mayor reclamo: las escenas de batallas, son lo más descafeinado del film, por debajo de las vistas en la citada Gladiator o la insustancial El reino de los cielos (2005). Con una atropellada pelea final y un desembarco de Normandia versión siglo XIII.
Resumiendo, en el cine actual todo son precuelas, orígenes y comienzos de muchos personajes. Robin Hood no ha escapado a ello y, en los tiempos que corren de ideales quebrados en una Europa descreída y mermada por la debacle de la crisis, Scott articula en boca de su héroe un discurso de sensatez libertaria pseudo-socialista de "para el pueblo y por el pueblo", queriendo esculpir a fuego cada una de sus frases, sin olvidar el sentido del espectáculo que tanto le caracteriza, al seguir llevando a Hood por cotas aquileas. Pero se queda sólo en eso, un discurso pueril subyugado al maniqueísmo del que hace también gala, al demonizar a los franceses, y jugar con buenos y malos. Lástima, porque podría haber sido una obra rotunda de cine e historia extrapolable al siglo XXI.
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