Sangre, sopor y desahucios

Por mucho que se empeñen algunos, aunque el terror psicológico patrio esté en una situación un poco mejor, el cine de miedo español más comercial se encuentra en un momento de forma espantoso. Ya si tiramos por el sub-género del slasher la cosa no mejora ni un ápice. Prueba de ello es la cinta a tratar en estas líneas.

Narra la que iba a ser una noche romántica de una pareja en un viejo edificio, en el que irrumpen tres hombres encapuchados para asesinar al último habitante del inmueble. Pronto, los dos enamorados deberán ingeniárselas para huir, si no quieren acabar también muertos.

Se la criticó hasta la saciedad, pero quizá Tuno negro (2001) sea el slasher más acertado que ha parido este país en los últimos años. ¿La clave? Seguir un clásico modelo americano, con sencillez, pero con efectividad. Sweet Home no va por ahí, sino que intenta hacerlo todo más rebuscado, y naufraga estrepitosamente. El primer fallo es ese cutre toque de reivindicación social en su ridículo argumento, que a nadie engaña. El guión parece escrito por doscientas personas a la vez, queriendo cada una de ellas hacer un género diferente. De ahí que nos estemos aburriendo durante una primera mitad de la película en la que nunca pasa nada, y en un momento nos monten un festival gore con muy poca clase para intentar despertar a la audiencia. ¿Y qué decir de los intérpretes? Aguantar los horribles gritos de Ingrid García-Jonsson es una tortura que ni el espectador con mayores tragaderas debería ser capaz de soportar. No entrará pues, esta actriz, en el selecto grupo de scream queens que sí acoge con sumo agrado a Jamie Lee Curtis o Neve Campbell. Conclusión: No vayan a verla. No se arrepentirán.