Tideland
2005
7,9
Tideland

GilliamLand

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Crítica de 'Tideland'

De goethemola

04 jul 2007

8,7

Sin spoilers

Sábado. 9:30 a.m. Sitges.

Tras haber visionado (por enésima vez) esa maravilla llamada El rey pescador, convencí a mi pareja para que me acompañara a ver la última película de ese enfant terrible que es Terry Gilliam. La verdad es que ponerse a ver una película de más de dos horas de duración en versión original un sábado por la mañana, y más aun siendo de quien es, puede ser una experiencia insufrible, pero valía la pena intentarlo.

Más aún teniendo en cuenta los precedentes.

Y es que hay que comprender el por qué de Tideland: años atrás, el gran proyecto de Gilliam (estoy hablando de El hombre que mató a Don Quijote) se fue al traste, por lo que el ex-Python optó, por una vez en su vida, por la vía rápida, que fue El secreto de los hermanos Grimm, una película fantástica al uso pero totalmente carente del particular sello Gilliam que, para bien o para mal, es motivo de odios e idolatrías sin igual.

Quizá por ese motivo Tideland es, sin duda alguna, Gilliam a la enésima potencia.

La película nos cuenta la historia de una niña, Jeliza-Rose (una inconmensurable Jodelle Ferland), que vive con unos padres heroinómanos, interpretados por Jeff Bridges y Sally Crooks; tras la muerte de su madre, Noah (Jeff Bridges) y Jeliza-Rose se embarcan en un viaje que les llevará a la antigua granja de los padres de Noah, perdida en un mar de trigo. Allí, Jeliza-Rose deberá sobrevivir a la muerte y a la soledad, a una infancia cruel, a través de la imaginación.

Todos estamos de acuerdo en que Tideland no es apta para todos los públicos y que, por otro lado, su metraje es quizá algo excesivo, pero nadie puede negarle a Gilliam que no es un director al uso, tal y como lo demuestran películas tan vilipendiadas como la absolutamente genial Las aventuras del Barón Munchausen o la psicotrópica Miedo y asco en las Vegas. Además, pueda o no parecerlo, Tideland sigue una lógica en el conjunto general de las películas de Gilliam, cuyo nexo común es la defensa a ultranza de la inocencia, de la imaginación inherente en la infancia: podemos verlo en Las aventuras del Barón Munchausen, donde el personaje interpretado por John Neville se convierte en el último baluarte de la imaginación en una época de ciencia, o en Brazil, donde Sam Lawry tratará de huir mediante sus sueños de la opresión del sistema; y del mismo modo lo harán Parry en El rey pescador, Duke y Gonzo en Miedo y asco en Las Vegas, o James Cole en 12 monos, ya sea mediante las drogas, la imaginación, los sueños o la locura.

La cuestión es que, de las más de dos horas que dura Tideland, una hora y media se centra en los soliloquios del personaje interpretado por Jodelle Ferland, en un viaje enfermizo en el que su única compañía son sus queridas cabezas de barbyes y un retrasado mental, Dickens (Brendan Fletcher), con el que comparte las escenas más incómodas, con diferencia, para el espectador.

Y es que, como el propio Gilliam advierte, cuando uno va a ver Tideland debe hacerlo sin los convencionalismos de un adulto, sin sus prejuicios ni sus subjetividades, cosa que es mucho más difícil de lo que parece a simple vista. Así pues, la lóbrega y apartada granja en la que Jeliza-Rose se ha quedado sola, se convertirá en un mundo mágico y enfermizo, poblado por tiburones metálicos sedientos de carne humana, miedosas cabezas de muñecas que hablan y ardillas colonizadoras.

Más allá de la polémica de ciertas escenas algo bizarras del film, debe reconecerse la maestría de Gilliam tras la cámara, jugando con los contrapicados para las escenas más oscuras y con amplios planos generales para los escenarios externos, en los que los colores parecen salirse de la pantalla, sobretodo con ese maravilloso y dorado mar de trigo en el que flota la granja, en medio de la nada, concediendo una gran belleza plástica (aunque pueda pasar inadvertida) a una película cuya trama es tan simple que, si no fuera por la riqueza de dichas imágenes, seria verdaderamente insufrible. Y es que sin apenas efectos especiales, Gilliam consigue crear un ambiente absolutamente onírico, cosa que tiene su mérito, sumergiéndonos en lo que ya se ha definido como Alicia en el país de las maravillas mezclado con Psicosis.

Aberración o genialidad, eso va a gustos. Personalmente, yo estoy con los segundos.

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Tras haber visionado (por enésima vez) esa maravilla llamada El rey pescador, convencí a mi pareja para que me acompañara a ver la última película de ese enfant terrible que es Terry Gilliam. La verdad es que ponerse a ver una película de más de dos horas de duración en versión original un sábado por la mañana, y ...Leer más

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